domingo, 18 de marzo de 2007

MANIFIESTO de constitución del OCEAS: Observatori de la Crisi Energètica i les Alternatives de Societat.

MANIFIESTO de constitución del OCEAS: Observatori de la Crisi Energètica i les Alternatives de Societat.

El agotamiento de los recursos energéticos fósiles y las emisiones de gases de efecto invernadero que provoca su consumo nos abocan a la urgente transición hacia un modelo energético basado en las energías renovables. La cuestión energética es trascendental para poder avanzar hacia un modelo de vida realmente sostenible y es precisamente ahora, cuando todavía disponemos de recursos energéticos fósiles relativamente abundantes, aunque la situación empieza a ser crítica, cuando se tiene que proponer a la sociedad la oportunidad de decidir las políticas que establecerán nuestro futuro energético.

La fuerte subida de los precios del petróleo en los últimos tres años y la intensificación de las tensiones geopolíticas en torno al Golfo Pérsico han devuelto el petróleo a los titulares de los medios de comunicación. Son las señales superficiales de un fenómeno que tiene lugar miles de metros bajo tierra: el agotamiento de las reservas. Dentro de la obligada transición energética que tenemos por delante, el petróleo se presenta como el primero y quizás el más decisivo de sus episodios. La importancia del petróleo es conocida: en el transporte, en la agricultura industrial e intensiva, en la industria petroquímica y farmacéutica, etc. Con el eterno debate sobre las reservas de petróleo otra vez sobre la mesa, los argumentos de los geólogos "pesimistas" ganan cada vez más peso ante la evidencia de la dificultad de hacer crecer la producción, a pesar de los altos precios. Una llegada al cenit de la producción petrolífera mundial que nos coja desprevenidos tendría graves consecuencias en el transporte de todo tipo y, de rebote, en la producción y distribución de alimentos y toda clase de mercancías. Un nuevo choque petrolero, esta vez estructural, y por lo tanto no momentáneo, afectaría gravemente la economía mundial, mediante la subida de la inflación y los tipos de interés, provocando una recesión generalizada.

Este choque petrolero está siendo aprovechado para llevar a cabo una verdadera ofensiva propagandística de la industria nuclear, presentando su relanzamiento como parte imprescindible del futuro modelo energético. Se trata de una falsedad evidente: por la amenaza social y ecológica de su funcionamiento, por la hipoteca sobre las futuras generaciones que representa el legado de millones de toneladas de residuos radiactivos, y por el escaso volumen de las reservas de uranio aprovechables, la energía nuclear nunca podrá ser parte de un nuevo modelo energético verdaderamente sostenible. La energía nuclear produce electricidad, no proporciona independencia energética y aquello que pueden hacer las nucleares ya lo pueden aportar las renovables. La nuclear no es una alternativa a los usos que el petróleo proporciona. Las nucleares económicamente no son rentables y sus costes están siendo asumidos por los ciudadanos a través de los impuestos.

El problema no sólo se puede abordar desde el punto de vista del Primer Mundo, dada además la circunstancia que la mayoría de habitantes del planeta tienen un consumo energético muy reducido, en comparación con el consumo del primer mundo. Tenemos serias dudas de que se pueda satisfacer la ya enorme demanda del mundo industrializado y además la futura demanda de los países en desarrollo, que ya se está haciendo realidad en el caso de la China y la India. Hay que recordar, además, que aunque estos dos países son verdaderos gigantes demográficos, su estatura energética es todavía muy pequeña: ambos suman el 29% de la población mundial, pero sólo consumen el 15% de la energía. La pobreza energética no sólo supone una falta de oportunidades para el desarrollo, sino que está en la raíz de problemas como la ausencia de servicios básicos (sanidad, educación y alimentación), el hambre, prácticas energéticas contaminantes o las migraciones forzadas.

El escenario continuista parte de dos supuestos muy arraigados: que el mundo industrializado continuará con su desarrollo deudor de un uso cada vez mayor de los recursos materiales y las energías de origen fósil, y que el mundo en desarrollo seguirá o intentará seguir el mismo camino. Pero este continuismo, el escenario base de la mayoría de previsiones oficiales, es totalmente insostenible. Ya sea por la imposibilidad material de satisfacer nuestras crecientes necesidades materiales, o bien por el colapso de los ecosistemas bajo la creciente huella ecológica producida por las actividades humanas, el modelo industrializado no es un modelo asumible para el conjunto del planeta. Y como tal tenemos que concluir que si no es generalizable, tampoco será justo.

La alternativa, siempre lo hemos sabido, reside en el aprovechamiento de la energía del sol, en sus diversas manifestaciones (radiación solar para la conversión térmica y generación eléctrica fotovoltaica, energía eólica, biomasa, o la energía hidráulica), junto con otras alternativas, como la geotermia. Pero las renovables, a pesar de ser la única alternativa permanente con la que podemos contar, no tienen la capacidad, ni mucho menos, de dar continuidad a un modelo social y económico basado el crecimiento infinito, como es el actual.

También son imprescindibles las medidas de eficiencia, entre ellas hay que considerar muy seriamente una reestructuración de los sistemas de generación y transporte energético, especialmente con respecto a la energía eléctrica. El actual sistema eléctrico parte de un modelo centralizado, que además de provocar considerables pérdidas debidas a las grandes distancias entre la producción y los consumidores, está en manos de pocas empresas, que generan muchos beneficios que después van a parar muy lejos del territorio donde se genera esta energía. Con un modelo de base descentralizada, y con plantas generadoras de capacidad más pequeña, se podrían desarrollar modelos basados en energías renovables, e incluso con un mejor aprovechamiento de plantas térmicas con combustible fósil, mediante la cogeneración. Acercando la generación al consumidor no sólo reducimos las pérdidas por transporte, sino que también hacemos visible la producción de energía, responsabilizando al consumidor de su uso. En este sentido, Cataluña es un ejemplo de desequilibrios energéticos, pues más de la mitad de la generación eléctrica del país está situado en una sola provincia: Tarragona.

Por otra parte, la movilidad obligada de los ciudadanos, no sólo por razones de trabajo o estudios, sino también por otras tareas, habituales o no, pero igualmente necesarias, tiene un gran impacto, y éste aumenta con la población y también con el crecimiento económico. El turismo, la situación de Cataluña como aparte del corredor mediterráneo, y las demandas de transporte de la industria y el sector servicios son factores que agravan la dependencia energética de Cataluña, especialmente con respecto al petróleo. Estas demandas de movilidad y transporte de mercancías son excesivas para un modelo sostenible. Las necesidades se pueden satisfacer de manera más eficiente, con modalidades de transporte colectivo y con un uso más extenso del tren para las mercancías, pero también habrá que tomar medidas para que las necesidades disminuyan, como una producción más local y unos bienes de consumo más duraderos, que hagan innecesarias nuevas infraestructuras para el vehículo privado.

Pasando a la escala de los consumidores finales, existe un elevado potencial de ahorro energético desde nuestros hogares, puestos de trabajo, comercios, locales, etc. Este ahorro implicaría toda una serie de medidas técnicas y de conductas individuales. Empezando por apostar por una construcción con criterios de eficiencia energética y de materiales y una adecuada distribución de los espacios según su uso dentro de cada hogar o edificio. Este aumento de consumo se basa a menudo en multitud de aparatos domésticos que malbaratan mucha energía y no son necesarios. En este sentido hay que evitar la confusión entre consumismo, calidad de vida y servicios que la energía nos proporciona (luz, calor, movilidad, refrigeración).

Es por eso que hay que hablar no sólo de tecnologías eficientes si no de reducción del consumo en cifras absolutas. Si de verdad se quiere hacer frente al modelo energético actual y a sus implicaciones sociales y ambientales, es necesario avanzar en el proceso de sensibilización, concienciación e implicación colectiva hacia una nueva cultura de la energía, basada en el ahorro en términos absolutos, la eficiencia y el aprovechamiento de las energías renovables.

Con la perspectiva de una verdadera sostenibilidad, se tendrá que contemplar un cambio de sistema socioeconómico que permita reducir radicalmente el consumo energético y de recursos naturales en los países del primer mundo para introducir un nuevo modelo energético, a la vez que se satisface el creciente y legítimo deseo de miles de millones de personas que todavía viven en extrema pobreza de aumentar su nivel de vida. El reto es hacerlo de manera justa y eficiente, evitando guerras por recursos y desastres económicos y sociales.

A partir de todas estas observaciones y ante esta gravísima e inminente crisis energética, las entidades abajo firmantes ponemos en marcha este Observatorio de la Crisis Energética y las Alternativas de Sociedad, para crear una red y coordinar los conocimientos y esfuerzos de diferentes entidades y personas de la sociedad civil que coincidimos con éste análisis y para hacer visibles de forma mediática las ideas y propuestas de cada entidad.

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