sábado, 28 de abril de 2007

Unidos Contra el Hambre y la Pobreza

por Graziano Da Silva, Subdirector General y Representante Regional de la FAO para América Latina y el Caribe y Lucas Silva, Consultor

El aceleramiento de la globalización que vive el mundo desde la última mitad del siglo XX, ha sido de gran beneficio para algunos países, pero a su vez, muchas son las deudas pendientes, temas que no han sido resueltos aún, y por lo tanto, ha llegado la hora de llevar a cabo una iniciativa que ataque estos problemas desde la raíz, con ambiciosas metas que estén a la altura de las circunstancias.

América Latina y el Caribe ha visto a lo largo de su historia cómo un grupo se quedado rezagado en los procesos de desarrollo, por lo tanto, ha llegado el momento de entender que el hambre y la pobreza no son simplemente un problema de quienes la padecen, sino que es un lastre de toda la sociedad.

Es irrefutable que cuando una nación experimenta un mayor crecimiento económico tiene mayores posibilidades de superar el hambre y la pobreza. Pero la experiencia dice también que ese aumento en los ingresos nacionales no es repartido de forma equitativa, por lo que son algunos los que se enriquecen y muchos los que permanecen sumergidos en la pobreza, generando uno de los conflictos más profundos de la Región: la desigualdad.

Según cifras del informe de FAO “El Estado de la Inseguridad Alimentaria en el Mundo” SOFI 2005, entre los años 2000 – 2002, América Latina y el Caribe contaba con 52,9 millones de personas viviendo bajo la línea de la seguridad alimentaria. Es decir, el 10% de la población de la Región.

Los Objetivos de Desarrollo del Milenio establecieron reducir a la mitad el número de personas que sufren de hambre y viven en la pobreza para el año 2015. Pero ¿qué le respondemos a la otra mitad? ¿Cuáles deberán ser los criterios de selección para dirigir los programas y destinar los recursos de ayuda?

La reducción a la mitad del número de personas que padecen de hambre y pobreza, tal como lo plantea el primero de los Objetivos de Desarrollo del Milenio, es una meta que se debe considerar intermedia con respecto al ambicioso plan de erradicar estos flagelos en América Latina y el Caribe, que a pesar de que es la Región con la mayor desigualdad en los ingresos, cuenta con la capacidad económica, humana, técnica y de recursos naturales para alimentar 3 veces a su población.

Durante la Cumbre Latinoamericana sobre Hambre Crónica celebrada en Guatemala en septiembre del 2005 fue presentada por primera vez la iniciativa América Latina y Caribe Sin Hambre 2025, la cual pretende terminar con el problema para el año anteriormente señalado.

Considerando que el hambre es un problema de acceso a los alimentos, junto con la falta de políticas integrales a favor de los más pobres, América Latina y Caribe Sin Hambre 2025 busca promover la erradicación de la desnutrición crónica tanto a nivel local, como nacional y regional, manteniendo el combate a este problema como una prioridad en las políticas públicas.

El desafío que se plantea hoy implica canalizar los esfuerzos para diseñar e implementar políticas de seguridad alimentaria que le garanticen a los latinoamericanos y caribeños una alimentación adecuada como parte de los derechos humanos y así erradicar el hambre en la Región para el año 2025.

Para efectivamente erradicar el hambre y la pobreza extrema en América Latina y el Caribe, es preciso contar con una verdadera voluntad y compromiso político de los gobiernos, sociedad civil, sector privado, etc. Se necesita una plena sintonía, para así establecer un trabajo serio y responsable.

Es necesario también unir las fuerzas de la Región para establecer líneas de acción que apunten al que debe ser el gran interés: terminar con el hambre y la pobreza extrema. De esta forma además, se podrá converger en una verdadera integración para América Latina y el Caribe.

Si bien se estará ayudando de manera significativa al 10% de la población de la Región, el aporte real es transversal, ya que erradicar la pobreza extrema es un buen negocio para los países. Si bien hay un componente humanitario detrás, es preciso comprender que, gracias a la ayuda que se le puede hacer al sector más pobre de una sociedad, no solo podrán mejorar su calidad de vida, sino que además se transformarán en un dinamizador de la economía nacional, pasando automáticamente de un círculo vicioso a otro catalogado como virtuoso.

Entre los elementos de la iniciativa América Latina y Caribe Sin Hambre 2025, está en primer lugar, el fortalecimiento de la institucionalidad de Seguridad Alimentaria en cada país, es decir, que el problema del hambre pase a formar parte de las prioridades de los gobiernos para desarrollar de forma efectiva Planes de Seguridad Alimentaria Nacional.

Segundo, reincentivar la Cooperación Sur – Sur. América Latina y en cierta medida junto con el Caribe, cuentan con la gran ventaja de compartir ciertos elementos que facilitan el intercambio de experiencias, tales como idiomas, cultura y estructura social. El objetivo es mantener una red de intercambio de conocimientos, tanto a nivel regional como mundial.

Tercero, es necesario un trabajo de formación y sensibilización. Es preciso contar con un grupo técnico capacitado, con las herramientas y conocimientos necesarios para el diseño e implementación de políticas que realmente sean efectivas. De la misma forma, es preciso comunicar sobre la problemática del hambre, sin ánimo de apelar a la caridad, sino más bien a la toma de conciencia que lleve a la sociedad a reflexionar y contribuir de una forma racional a solucionar el problema, el cual no lo sufren solo los pobres y es responsabilidad de los gobiernos, sino que es una deuda pendiente de todos los habitantes de la Región.

Cuarto, enmarcar la iniciativa América Latina y Caribe Sin Hambre 2025 dentro de otros programas y esfuerzos que ya se estén realizando y que tengan el mismo objetivo. El compromiso con los más pobres debe llevarse a la realidad de una forma eficiente, y para ello se debe apuntar hacia la generación de sinergia y articulación, estableciendo redes iberoamericanas y un marco político regional.

Estos deben ser los factores más influyentes en el proceso de integración en la Región. A pesar de las diferencias políticas que puedan existir, la convicción de que es posible una América Latina y Caribe Sin Hambre para el 2025 es un proyecto e ideal que une a todos los países desde el Río Grande / Bravo, hasta la Patagonia, sin exclusión de ni una nación o pueblo. Porque es posible lograrlo y de pasada, fortalecer los lazos multilaterales y de cooperación entre los países de la Región.

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